Hoy se cumplen 60 años del Tratado de
Roma, precedente de la Unión Europea. En los medios de comunicación oirás, como
es habitual, loas a la Unión Europea y a la necesidad de su sostenimiento
frente al peligro de los “populismos”. También se mencionará desde los grandes
medios de comunicación y dirigentes políticos que debemos retomar los valores
sobre los que pivota la unión. O que la gestión de la llegada de personas
refugiadas huyendo de las guerras y la miseria no es propia de un ente
solidario como la Unión Europea. Lo que es cierto, sin embargo, es que la UE ha
sido desde sus inicios, es y será un instrumento para las élites, es decir, los
grandes empresarios y banqueros, que han visto en el mercado común un modo de
concentrar e incrementar sus ganancias, a costa del empobrecimiento de la clase
trabajadora y el conjunto del pueblo.
España entró en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1986
de la mano del PSOE de Felipe González (sí, el mismo que se codea entre
multimillonarios y dictadores variopintos). Frente a la propaganda que vendía
los beneficios de la entrada al mercado común, lo que supuso este
acontecimiento fue el desmantelamiento de nuestro tejido productivo
(eufemísticamente llamado “reconversión industrial”), que pese a la resistencia
que opuso la clase obrera, concluyó con la reducción del peso industrial con el
que contaba el país, así como con la privatización de buena parte de las
empresas que eran públicas hasta ese momento. Las consecuencias las
estamos sufriendo actualmente; nos hemos visto abocados a ser un país volcado
en el sector servicios, con trabajos asociados principalmente al turismo (y
antes del estallido de la burbuja, a la construcción), caracterizados por ser
sectores con una alta temporalidad, bajos salarios, y donde prima ante todo la
precariedad. Por lo tanto, cuando Jeroen Dijsselbloem , Presidente del
Eurogrupo dice que los países del sur se han gastado el dinero en “alcohol y
mujeres”, está obviando de forma cínica (y sexista) que es la división
internacional del trabajo impuesta por los organismos europeos la que ha
moldeado el modelo productivo de los países del sur y que además esta ha sido
sumamente lucrativa para las entidades bancarias del norte.
La introducción del euro en nuestro país supuso una subida de
precios y pérdida de poder adquisitivo de la clase trabajadora. Asimismo es la
UE quien desde el inicio de la crisis impone los sucesivos recortes llevados a
cabo por los gobiernos del PSOE y el PP. También es la integración europea la
causante del deterioro de nuestra agricultura, ganadería y del empobrecimiento
de los pequeños productores. Y también le debemos a los organismos europeos la
introducción del Plan Bolonia, que ha profundizado el proceso elitizador y
mercantilizador de la Universidad, poniendo esta al servicio de las empresas.
Ante esta situación no podemos dejar que sea la ultraderecha
quien capitalice el descontento popular contra las instituciones europeas.
Debemos ser las fuerzas del campo popular, y no los fascistas, quienes
lideremos la lucha por la soberanía y por la recuperación de sectores
estratégicos para el pueblo. En ese sentido, no queremos salirnos del euro y la
UE para volver a la peseta sin que se vea alterada la estructura de poder de
nuestro país. La salida de la UE es un paso necesario en el camino de la
construcción de la soberanía popular y el Socialismo. De igual modo, no estamos
contra Europa, pero constatamos que ahora mismo cualquier unión entre países
que no esté liderada por la clase trabajadora únicamente servirá para el mayor
beneficio de los monopolios europeos.
Por todo ello, desde la Juventud y el Partido Comunista hacemos un
llamamiento a la juventud para que se rebele contra la Unión Europea y con el
resto de la clase trabajadora luchemos por un futuro de soberanía y dignidad, y
en definitiva por una sociedad que esté al servicio de la mayoría trabajadora y
no contra ella.